“EL LIBRO BLANCO DE LA MUERTE”
-Acompañamiento a la infancia en los procesos de duelo- Parte I
“Ella está siempre ahí, recordándonos que nuestra vida no es eterna,
que cada pequeño instante es una
irrepetible oportunidad.
Y que más allá de una vida ideal, una vida verdadera nos espera”
Buenos días de
viernes. Hoy vamos con un tema tan delicado como complejo, la muerte y el
duelo. Seguro que muchos de vosotros habéis tenido una primera reacción de
dejar esta lectura pero yo os animo a parar y encontrarle un momento. ¿Por qué?
El tema de la
muerte es suficientemente importante como para que pueda ser recogido en el
contexto escolar y familiar. Los acompañantes, tanto familiares como
educadores, deben estar disponibles para acoger y saber estar cuando se den
experiencias de duelo con los niños y con las niñas.
En nuestra
sociedad actual la experiencia de la muerte es bastante tabú, y se intenta que los niños no tengan acceso a ello en un
intento de protegerlos de la frustración y el dolor. Pero precisamente por
tratarse de un proceso vital, los
niños están perfectamente preparados para vivirlo “a su manera”.
Todo lo que es
vivido como un tabú, un secreto o algo no deseable, como experiencias no
miradas, ocurre el peligro de que los pequeños lo vivan como algo que tensiona,
ya sea por el hecho de que es una presencia que está ahí pero que los adultos
evitamos hablar de ella pero que está como una sombra y ellos lo perciben. Esto
genera en su psiquismo una cierta tensión
o bien que los niños, ante esa referencia de los adultos, ante ese no tratar el
tema, acaban creando sus propias imaginaciones de lo que es esto y estas
imaginaciones pueden estar desajustadas y generarles malestar, no les permiten
estar en un punto de calma, no les dan un punto de apoyo, un enraizamiento a
esas experiencias, como es necesario tener.
Así que es
fundamental tratar este tema por el hecho de dar sentido a lo que es la vida y
a todo lo que forma parte de ella, y la muerte también es parte de todo esto.
Es por ello un concepto clave y delicado que debe ser acercado y naturalizado
con una mirada amable y comprensiva, ajustada y adaptada a la forma de entender
el mundo de la infancia.
El duelo es un proceso que vinculamos a la
muerte pero también a los procesos de pérdida. Es la respuesta humana que
ponemos en marcha para elaborar una despedida a algo material, una situación,
un animal o una persona. Durante la vida hay muchos momentos en los que tenemos
pequeñas pérdidas: dejamos de ser niños, perdemos una mascota, perdemos poder
adquisitivo, perdemos vista, cambiamos de casa o trabajo…la idea de que en la
vida nacemos y morimos muchas veces, tiene que ver con esto.
La muerte o el
proceso de final de vida nos genera mucho miedo y mucha angustia. Pero tenemos
muchas oportunidades desde que nacemos, como las arriba mencionadas, para poner en práctica mecanismos para
afrontar cómo elaboramos estas pérdidas en todas estas situaciones.
La vida y la
muerte son por tanto dos caras de la misma moneda y van de la mano. Aceptar la
muerte y abrazar la idea de la pérdida y el cambio nos permite vivir con más gozo.
Las personas que no temen la muerte desde un lugar que les bloquea pueden vivir
con más plenitud. Poder observar como nos sentimos con la idea de la muerte nos
permite hacer aprendizajes. Comprender que no tenemos control de ello y
acercarnos a esta idea nos sitúa en un lugar de humildad, aceptar algo que
funciona por sí solo y está a favor de la vida. Hagamos lo que hagamos la
naturaleza sigue su propio pulso de vida.
En la vida
podemos caminar a través de pequeñas
experiencias de duelo y prepararnos así para afrontar los momentos
importantes que todos tendremos que transitar antes o después. Si nuestra
sociedad va incorporando este tema sin esperar a que tengan que llegar situaciones
importantes de pérdida, iremos preparándonos para cuando sea un momento
realmente difícil. Por tanto, ir desde el principio observando la naturaleza
con sus cambios, los ciclos de la vida, viviendo las pérdidas de manera
natural, haciendo rituales con los niños y niñas como agentes activos, ellos
van aprendiendo que los cambios, los nacimientos y las pérdidas tienen un
espacio en su cotidiano, que la vida continua y que las personas con las que
comparten estas situaciones de pérdida, esas personas siguen viviendo
plenamente.
Esto aporta un
valioso aprendizaje para nuestros hijos e hijas: “en momentos dolorosos tienes
permiso para expresarlo”, “vas a compartirlo conmigo, no estás solo/a”, “yo me
hago cargo como adulto de ofrecer un espacio para que esto se pueda dar” y
después, la vida continua y por supuesto que es maravillosa.
“En realidad,
todos perdemos la vida
cuando dejamos de ver cada día
por estrenar
como una pequeña vida repleta de
oportunidades
para amar y sentirnos amados”.
Virginia García Soriano, Pedagogía Terapéutica.